La hiperventilación feminista

Estoy en peligro: Voy a exponer una mirada crítica sobre algunos aspectos del movimiento feminista.

 En mi resguardo, anticipo que lo voy a hacer desde mi condición de feminista, en cuanto mis ideas centrales sobre el tema están edificadas sobre un principio no negociable: La condena de toda idea, conducta o norma discriminatoria de la mujer.

Como se suele decir, lo voy a correr por izquierda.

Desde hace algún tiempo, coincidentemente con la mayor profusión informativa respecto de hechos de violencia contra las mujeres, observamos que las consultas en el campo del derecho de familia involucran una adjetivación de género alimentada, en algunos casos por la realidad y en otros por el sobresaliente papel que la conciencia colectiva de nuestra sociedad por fin le ha reconocido a la cuestión.

¿Eso es bueno? 

Para responder el interrogante me pareció apropiado tomar prestado el concepto de hiperventilación: En medicina refiere a un exceso en la inhalación de oxígeno que termina provocando daños en la salud. Análogamente, el exceso de feminismo termina por resultar hospitalario al pensamiento machista. Así funcionaría, si existiera, la hiperventilación ideológica que, en materia de feminismo, consistiría en proclamar ideas y ejecutar acciones más dirigidas a destruir el polo contrapuesto que a defender los principios propios. En su acepción médica, como en la simbólica que estoy ensayando, implica suministrar dosis exageradas de algo que en la medida apropiada es saludable y en exceso, dañino.

Es frecuente que en los grupos de pertenencia fuertemente ideologizados se produzcan procesos de autocombustión, en los que los iniciados se van alentando los unos a los otros para transformar el discurso doctrinario en alegatos impregnados de hostilidad, indignación e intolerancia. El feminismo, alimentado por una muy postergada legitimación de sus contenidos generó también su versión radicalizada con interpelaciones tapizadas de épica y heroísmo que terminan por entibiar el apoyo de sectores más propensos al debate conceptual que a la efusividad de la bailanta ideológica.

El fundamentalismo feminista dibuja al varón como una especie de monstruo hirsuto, ataviado con una coraza seminal, sudoroso, feroz, siempre hambriento y siempre erecto cuya misión en la vida es ejercer violencia física, psicológica, económica y simbólica contra la mujer.

Ahora bien. Si nos limitamos a una mirada crítica del fenómeno, nos inscribimos en el pernicioso binarismo instalado en esta sociedad. Caemos en la tentación de confinar nuestro pensamiento al perpetuo mobile de una dialéctica que nos obliga a optar por River o Boca, peronismo o antiperonismo, populismo o liberalismo, agro o industria, paracetamol o ibuprofeno, lenguaje académico o lenguaje inclusivo, feminismo o machismo, todo ello mientras se mantiene desactivada la función síntesis superadora.

El reproche del feminismo talibán es leído axiomáticamente (por el feminismo talibán) como un acto de militancia machista y como tal condenado al anatema.

Sin embargo, cuando la crítica se ejerce desde la decencia intelectual y sin el propósito de establecer un juego de suma cero (es decir ganar lo que el oponente pierde) constituye exactamente lo contrario: La creación de un entorno ideológico idóneo para promover y defender el derecho de las mujeres a ocupar igualitariamente todos los territorios sociales.

El ideal feminista se encuentra definitivamente instalado en occidente. A nadie se le ocurriría sostener que la mujer es inferior al hombre y el hecho de que sea diferente, no justifica su descalificación ni la atribución de privilegios. Simplemente, al igual que con el varón, da contorno a su identidad de género.

Existen, si, fósiles machistas residuales de una milenaria cultura patriarcal. Se trata de fenómenos que no representan el pensamiento colectivo y que, como todo objeto cultural, está sometido a su propia metamorfosis, inmune a los esfuerzos por detenerla o acelerarla.

Similar proceso atraviesa la intención de imponer el lenguaje inclusivo con la idea de que no hacerlo constituiría un catastrófico salvoconducto para el pensamiento machista. Si los parlantes de idiomas que distinguen géneros prefieren reemplazar el masculino neutro por otras formas de neutralidad, lo irán incorporando progresiva y naturalmente, primero al lenguaje coloquial, más tarde al escrito, luego al discurso formal y, por último, lo conducirán, naturalmente, hasta la unción académica. Ese ha sido históricamente el proceso de gestación del lenguaje. La atribución de aptitud opresiva y violenta al lenguaje apunta al blanco equivocado: No oprime el lenguaje sino quien lo usa. 

En otro campo, nuevamente, el propósito de incluir termina excluyendo. El feminismo fundamentalista es presentado como el santo grial del progresismo y en el confluyen el feminismo (naturalmente), la izquierda, los derechos humanos, la lucha contra la violencia de género, la promoción del aborto legal, el ecologismo … Ese es el combo y no admite cambios. Si no le gusta la lechuga se pierde el tomate y si está en contra de la legalización del aborto, promueve la violencia de género.

Así, la instalación de las ideas feministas como un evangelio dogmático y totalizador termina quitándole valor a su contenido, del mismo modo que la guerrilla revolucionaria devaluó el ideal socialista.

La ferocidad del debate, el puñal entre los dientes, la santificación del emblema, la descalificación sistemática e inexorable de cualquier idea alternativa, fragilizan la propuesta feminista ya que obligan a una adhesión total y muchas veces irreflexiva, a un repertorio ideológico que, justamente, se alza contra el dogma patriarcal.

No es inconcebible que alguien se oponga a la legalización del aborto, pero condene enérgicamente la violencia de género, o que no sea de izquierda y desde la perspectiva liberal promueva la igualdad de oportunidades para varones y mujeres, o que prefiera seguir diciendo todos como dicen todos y no todes como dicen poques y que pese a ello no sea considerado un predador sexual.

En un entorno tan sensible sería inapropiado parafrasear a Clemencau diciendo que el feminismo es un asunto muy serio como para dejarlo en manos de las mujeres. La ironía adquiere sentido si agregamos que lo inconveniente es dejarlo sólo en manos de las mujeres. Es una causa que adoptó irrevocablemente la humanidad. Sólo resta esperar activamente la extinción de los residuos machistas y el hallazgo de una síntesis superadora.