NO PERDER LA ESPERANZA EN LA ESPERANZA

 

El divorcio es un evento plagado de finales. Por lo general lo precede el final del amor, ocurrido uno o varios momentos antes y provoca el final de un proyecto equívocamente pensado para la perpetuidad.

Pero no es el final.

Seguramente percibir la condición de separado/a/e/@/x como una irrevocable e infinita degradación explica, más allá de las cuestiones que se discuten de manera explícita, la persistencia y la intensidad de la beligerancia de las separaciones conflictivas.

Semejante trompazo emocional deja a quien lo recibe encerrado en una insoportable sensación de desesperanza, obvia e inevitablemente dantesca.

Muchas veces escucho a mis clientes (dicho sea con toda inclusividad) expresiones tales como no voy a ver más a mis hijos, o nunca más voy a formar una pareja, o la vida perdió todo sentido. Se trata de un sentimiento tan absurdo que sólo se explica porque es real. 

En el inicio de los procesos, los jueces resuelven, aun provisoriamente, sobre ciertas cuestiones que no admiten la demora de un juicio. Así, atribuyen el uso de la vivienda familiar, prestaciones alimentarias y los regímenes de cuidado personal y comunicación.

Y la esperanza?

La esperanza es un concepto devaluado, algo empalagoso, casi cursi. No posee la estirpe literaria del amor ni se apoya sobre evidencias científicas como la depresión. Aun así: Démosle una oportunidad.

La recuperación de la esperanza no es sólo un imperativo espiritual ni se limita a responder a una interpelación psicoterapéutica. Constituye, además, una herramienta indescriptiblemente útil para que los abogados de familia hagamos mejor nuestro trabajo. 

(Marcelo me consultó poco después de que su exmujer presentara una denuncia falsa de abuso sexual infantil en perjuicio de su hijo de aproximadamente 18 meses. De inmediato se activó el mecanismo habitual en estas situaciones: Prohibición de acercamiento, causa penal y una colosal acumulación de papeles con el membrete del Poder Judicial y organismos conexos. Cinco años más tarde, Marcelo ejerce, de hecho, el cuidado personal de su hijo y transcurre con él la mayor parte del tiempo. La madre también lo ve, pero mucho menos. Una vez que se reencontraron, el proceso de revinculación demandó unos 20 segundos, ya que el niño había registrado indeleblemente en su memoria emocional los 18 meses de convivencia con su padre. ¿A qué se debe el éxito? ¿Un abogado sobresaliente? ¿El hallazgo de una norma legal desconocida para los demás? ¿La obtención de una evidencia que demostrara irrefutablemente la inocencia de Marcelo? A nada de eso. La recuperación de la paternidad de la que había sido expulsado fue el resultado de una conducta menos épica pero más eficaz: Marcelo jamás perdió la esperanza y esa actitud alimentó constantemente sus energías para persistir en su negativa a renunciar a la paternidad y no equivocar la batalla).   

Dejar de percibir la separación como un fracaso total e irrecuperable para entenderla como un evento adverso pero superable, supone incorporar la esperanza al universo de emociones que habita el conflicto. Hacerlo permite aproximarse al santo grial de los divorcios: la empatía (¿Acaso alguien duda de que es mejor empatizar que empastillar?)

La recuperación de la esperanza supone eliminar el ingrediente adrenalínico y revitalizante de la riña. Dejará de ser necesario percibirse como un guerrero ninja para encontrar la propia identidad en una conducta generosa, comprensiva y conciliadora, sólo posible en un entorno de esperanza.

Así, además de sugerir la traba de medidas cautelares, cursar intimaciones y embadurnar escritos judiciales con latinajos, forma parte del trabajo del abogado de familia transmitir al cliente, enfáticamente, tantas veces como sea necesario, que hay vida después del divorcio.

No se trata de impostar una actitud pastoral ni de ejercer ilegalmente la psicología. El trabajo sobre el concepto de esperanza constituye una tarea propia de la abogacía de familia tanto como concurrir a una audiencia o diligenciar un oficio. Nuestra misión es ayudar a superar conflictos y la reconciliación entre nuestro cliente y su propio futuro provee el combustible necesario para ello.

La experiencia clínica enseña que, en general, el retorno al ejercicio activo de los afectos contribuye a la reducción del monto de hostilidad hacia el / la ex. Así, el establecimiento de una nueva relación de pareja, la llegada de otro hijo, el rescate de sensaciones confinadas a la memoria de un perfume, una foto o una canción, desalientan la belicosidad con mejores resultados que la amenaza de sanciones legales. Ya no se necesita de la pelea post matrimonial como una certificación de vitalidad. Esta se obtiene con la recreación de sentimientos de los que uno se creía desterrado irrevocablemente, 

Quizás, conceder al concepto de esperanza una función protagónica en los procesos de desmilitarización de los divorcios combativos parezca un abordaje ingenuo de situaciones tan llenas de furia como las que con frecuencia se nos presentan. Todo lo contrario: La furia es, justamente, la falta de esperanza y el / la ex son los blancos más apropiados para descargarla.

Desde ese punto de vista, la sencillez de la noción de esperanza no debe conducir a su subestimación como herramienta superadora de conflictos. Quizás resulten más convincentes que mis argumentos los de Bettelheim quien no sólo se atrevió a titular a una de sus obras Picoanálisis de los cuentos de hadas sino que en él sostuvo, en un contexto de rigurosidad teórica, que sólo la esperanza puede sostenernos en las adversidades con las que, inevitablemente, nos encontramos.