Divorcio y dolor agregado

“Todos Mienten” (Dr. House)

Ciertamente, el divorcio es un evento lamentable y provoca sentimientos de congoja que indican, dentro de ciertos límites, un adecuado funcionamiento del metabolismo emocional de las separaciones. Al sufrimiento primario, de naturaleza esencialmente afectiva, se le agrega con frecuencia la penosa necesidad de resolver cuestiones que se suponían consolidadas (la vivienda, la economía familiar, el vínculo con los hijos, etc.) y la de afrontar situaciones novedosas y también lamentables, como la litigiosidad y cierta reprobación social.

En nuestra práctica profesional nos encontramos, con frecuencia, con una tercera categoría de sufrimiento que se suma al estrictamente emotivo y al, llamémosle así, "de gestión". Se trata del dolor agregado, es decir, el resultante de una búsqueda persistente del malestar emocional asociado a la ruptura.

Me refiero a hombres y mujeres que, sin darse cuenta, pasan de “estar separados” a “ser separados”. Sustantivan una situación que, por más grave que sea, vista en perspectiva no deja de ser incidental y la transforman en el centro gravitacional de su identidad. Una condición emparentada con el entrañable “soy sola” de las viudas.

Se trata del fenómeno que los psicólogos llaman "rumiación del pensamiento" consistente en la reiteración obsesiva de pensamientos nocivos y recuerdos desagradables. A diferencia de la reflexión, que implica la puesta en funcionamiento de mecanismos resolutivos, la rumiación sólo tiene connotaciones negativas y constituye, esencialmente, un fenómeno que alienta la pasividad.

La mirada “psico-jurídica” (si tal cosa existe) de la cuestión, conduce a varias explicaciones posibles: Para empezar, intuimos en la rumiación un propósito (sorprendentemente) aliviador: La letanía del malherido disimula sus responsabilidades en la ruptura y atempera el dolor de la memoria, seguramente más intenso que el del alma y el de la carne. En otro orden, el sufrimiento se transforma en una operación de prensa, destinada a convocar simpatías sociales y judiciales. Por último, es empleado como un "libre tránsito" que legitima cualquier conducta inapropiada, como la beligerancia persistente, el inmovilismo y la falta de disposición para el acuerdo.

Todo muy comprensible, pero comprender el problema no lo resuelve; ni un poco.

¿Qué tiene esto que ver con el abordaje legal de las separaciones? Nada, para quienes suponen que la función del abogado de familia es ornamentar las rupturas con artículos, incisos y apartados. En cambio, para quienes creemos que para la superación del conflicto es insuficiente la conclusión del juicio e imprescindible la negociación, el dolor agregado aparece como un cuerpo extraño obstructivo y paralizante.

Mientras que la salida de las crisis de familia requiere, inexorablemente, la visualización de un futuro diferente y mejor (estado de ánimo también conocido como “esperanza”), la rumiación del pensamiento representa exactamente lo contrario: Un entorno emocional propicio para el quietismo, la ansiedad y la depresión.

Eso explica por qué los acuerdos en materia de alimentos, de parentalidad, de división de bienes, etc. son vistos por ambas partes como injustos más allá de su equidad objetiva. Claramente, porque no pueden coexistir con la rumiación de la desdicha. O se arregla o se sufre y sin dolor agregado nos perdemos sus beneficios secundarios.

El dolor primario reclama contención. El agregado, desinfección.